martes, 24 de septiembre de 2013

VIAJE BRUTAL. CABEZA DE VACA Y SU INCREIBLE TRAVESÍA

El libro de Paul Schneider es sobrecogedor; como el título, muy adecuado. Relata la travesía de Cabeza de Vaca a través de Norteamérica, desde las costas de Florida hasta lo que ahora es Sinaloa, frente a la baja California. En realidad, partió desde santo Domingo, pero la aventura como tal no se inició sino en 1528 cuando el asentamiento en Aguas Claras (¡qué casualidad, ahora Clearwater!) falló y, buscando el oro de los Apalaches, iniciaron una carrera hacia el desastre. Desastre que a él no le alcanzó del todo, sino que, ocho años después, logró regresar con los suyos. Y hasta volver de nuevo a América en un segundo viaje, este más sosegado y, suponemos, no en low cost.
Si se mira el mapa, la travesía es de por sí ingente. Pero lo es aún más teniendo en cuenta que no la culminaron más que cuatro de los cuatrocientos que iniciaron aquella iniciativa de hacerse con la zona interior de la Florida como una nueva tierra llena de riquezas (seiscientos eran al principio, pero ya en Cuba la cosa comenzó a torcerse). Porque, una vez más, lo que les llevó a fletar sus barcos y a reclutar su tropa no fue otra cosa que una inversión con vistas a hacerse con nuevas tierras de las que obtener pingües beneficios, como había hecho poco antes Cortés en México y otros conquistadores en otras zonas. Se relatan las intrigas y circunstancias que rodearon la gestación de una aventura que no pretendía ser tal, sino negocio. Se trataba, pues, de una expedición –digamos, comercial- al mando de Narváez para cerrar el arco norte del Caribe como mare nostrum español en las Américas.
Pero, elegido sin criterio adecuado el punto de asentamiento – cerca de la actual Tampa- los expedicionarios se vieron progresivamente envueltos en desgracias sin cuento: falta de alimentos y agua potable, zonas pantanosas, enfrentamientos con los habitantes de aquellas tierras y entre ellos, ansias de poder, rivalidades, intereses diferentes… es decir, se convirtieron en un grupo de personas ante situaciones extremas. La tropa fue disgregándose pese a los intentos de Narváez por liderar aquel sindiós, de forma que un grupo progresivamente menguante fue trasladándose a pie o en barcazas hechas a mano hacia el oeste, a la búsqueda de zonas conocidas.
Pero en el camino hay un sinfín de calamidades, desde enfermedades hasta esclavitudes, frente a las que se opone, como roca, el ansia de supervivencia y la constancia de Cabeza de Vaca y sus compañeros (uno de ellos marroquí, por cierto), adaptándose a las costumbres, al clima, el comercio (arte que llegaron a dominar), la alimentación (entiéndase la caza del bisonte, la recolección del nopal o del deseado y escaso maíz), las creencias y los ritmos de vida de varias tribus a lo largo de un periplo que les hizo pasar por todo lo que más tarde se conocería como el Camino Real (o de San Antonio). Cabeza de Vaca fue el primer europeo en pisar y describir Texas, un sitio lleno de topónimos españoles, incluido alguno que despista, como Galveston, que no es sino una derivación pero que inicialmente fue llamada, agárrate, Isla de Mal Hado, por la mala suerte que les cayó encima en ese punto. Por cierto que en ese sitio tuve yo un incidente con el coche, así que mi devoción por Cabeza de Vaca se reforzó al conocer el coincidente mal fario de esa costa. Ojito si vais.
Los escritos que dejó tras su portentoso viaje (“Naufragios” se titulan) fueron la primera descripción de lugares y gentes que luego nos han llegado filtrados por el tamiz de Hollywood: Ríos Conchos, Grande, Pecos, el mítico territorio Apalache, tan ansiado y presuntamente lleno de riquezas… Y así mismo el mismísimo Mississippi (no caben mas eses en una frase, intentadlo). Casi nada.
Pero, lo verdaderamente emotivo de toda la historia de este libro es la capacidad de aguante frente al hambre, la sed atroz, el maltrato, la incertidumbre de si el camino elegido es el correcto o si les llevaba a una muerte cierta, y la capacidad de adaptarse. A todo y a todos.

En los libros de historia, o en la Wikipedia para los menos inquietos, hay apenas unas líneas dedicadas a Cabeza de Vaca como “descubridor” de Texas, pero este libro, escrito además por un norteamericano, nada sospechoso por tanto de patrioterismos (al menos los españoles), le deja a uno con la agradable sensación de valorar en mucho lo que es capaz de hacer alguien que puede ser tu vecino –sí, ese imbécil- llevado al extremo y exigido por circunstancias extenuantes. Lo recomiendo, uno de esos libros que se devoran.

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